Nota 115
Notas de Ella Boudreaux Mayo tomadas de
THE PRACTICE OF CHRISTIAN AND RELIGIOUS PERFECTION
[LA PRÁTICA DE LA PERFECCIÓN CRISTIANA Y RELIGIOSA]
Por V. F. Alfonso Rodríguez, S.J.
La obra de este Padre (que no debe confundirse con San Alfonso Rodríguez)
se basa en material recopilado para sus exhortaciones a sus hermanos y
publicado a petición de sus superiores. Traducido por Sir Jon Warner, S.J.,
de la edición francesa de Regnier des Marais, no del español original.
La Obediencia
Notas de Ella Boudreaux Mayo tomadas de
THE PRACTICE OF CHRISTIAN AND RELIGIOUS PERFECTION
[LA PRÁTICA DE LA PERFECCIÓN CRISTIANA Y RELIGIOSA]
Por V. F. Alfonso Rodríguez, S.J.
La obra de este Padre (que no debe confundirse con San Alfonso Rodríguez)
se basa en material recopilado para sus exhortaciones a sus hermanos y
publicado a petición de sus superiores. Traducido por Sir Jon Warner, S.J.,
de la edición francesa de Regnier des Marais, no del español original.
La Obediencia
El Padre Rodríguez cuenta la historia de un ermitaño que tuvo una visión en que vio cuatro diferentes órdenes o rangos de los beatos en el cielo. Los del primer orden habían sufrido mucha enfermedad y la soportaron con gran paciencia. Los del segundo orden habían servido a los enfermos en el hospital y ayudaron al pobre. Los del tercer orden habían dejado todo y se retiraron al desierto a orar y vivir en pobreza. Los del cuarto orden eran aquellos que se habían dedicado a la obediencia y sometido completamente a la voluntad de alguien más.
Los del último orden usaban collares dorados en sus cuellos y eran mucho más gloriosos que los demás. El ermitaño preguntó porqué los de los collares dorados tenían más gloria que los otros tres órdenes. Se le dijo que los de los otros órdenes habían cumplido su propia voluntad en la práctica de sus virtudes, mientras que los que siguieron la obediencia habían sacrificado su voluntad a Dios. Dios no ama otros sacrificios tanto como el sacrificio de la propia voluntad. Como el hombre no tiene nada más noble que dar, sus collares dorados eran la recompensa debida por haber cedido sus cuellos al yugo de la obediencia.
Los del último orden usaban collares dorados en sus cuellos y eran mucho más gloriosos que los demás. El ermitaño preguntó porqué los de los collares dorados tenían más gloria que los otros tres órdenes. Se le dijo que los de los otros órdenes habían cumplido su propia voluntad en la práctica de sus virtudes, mientras que los que siguieron la obediencia habían sacrificado su voluntad a Dios. Dios no ama otros sacrificios tanto como el sacrificio de la propia voluntad. Como el hombre no tiene nada más noble que dar, sus collares dorados eran la recompensa debida por haber cedido sus cuellos al yugo de la obediencia.
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